MOVIMIENTO CAMPESINO
lunes, 18 de julio de 2016
sábado, 16 de julio de 2016
jueves, 14 de julio de 2016
Colombia: El poder unitario de la movilización social agraria y popular
En efecto, la Minga Agraria, Campesina, étnica y popular como se le proclamó en el llamamiento nacional hecho por la Cumbre Agraria; se convirtió muy rápidamente en una fuerza social incontenible que le comunicó al Gobierno central su obligación de cumplir lo pactado años anteriores; pero a la vez de no seguir jugando sucio, no continuar su estrategia de dilatación; dando paso de inmediato a la implementación de políticas agarias consensuadas con el movimiento campesino e indígena; políticas que saquen del caos, el abandono y empobrecimiento al campo colombiano y su población.
La voz, de los miles de manifestantes, campesinos, indígenas, afrodescendientes y sectores populares que se resisten al olvido, a la destrucción de sus territorios, al desplazamiento, a la privatización y saqueo de los bienes naturales, en general a la precarización de su forma de vida se hizo sentir de manera unitaria y consciente en la convocatoria del paro agrario y popular. El rechazo unánime a las políticas anticampesinas y sociales que someten a condiciones de indignidad a la gran mayoría de la población que componen la geografía rural y urbana del territorio patrio. Podemos decir que la fuerza de la dignidad y la paz con justicia social se hizo visible a lo largo y ancho del territorio nacional. Demostrando de hecho que los pueblos tienen el derecho de levantarse y exigir de sus gobernantes la atención y solución de los problemas que los agobia y de no ser así, el derecho a construir su propio gobierno.
De otra parte el Gobierno nacional, siguiendo viejos métodos de desinformación y de tratar de minimizar las exigencias de las organizaciones convocantes del paro agrario; desde antes de empesar la jornada de movilización, comenzó con sus señalamientos, calumnias y descalificación de la justeza de la minga agraria; lo que a la postre utilizó como justificación para dar un tratamiento de guerra a los millares de manifestantes concentrados en más de 27 departamentos del territorio nacional.
Al finalizar la jornada, de cerca de 15 días, el saldo de víctimas por las fuerzas de seguridad del Estado hablan por sí sola: Tres manifestantes asesinados, cerca de 200 heridos y varias decenas de detenidos, la mayoría de ellos puestos en libertad como resultado de la negociación Cumbre-Gobierno en el marco de la minga agraria. Entre las exigencias que dio origen a la organización y materialización del paro agrario, se recogen elementos reivindicativos y de carácter estructural. Podemos resumir los puntos presentados por la Cumbre Agraria al Gobierno central de la siguiente manera: 1. Tierras, territorios colectivos y ordenamientos territorial, 2. Reconocimiento del campesinado como sujeto político y de derechos, 3. Participación efectiva de las comunidades en la toma de decisiones y en los espacios donde se construyen y diseñan la implementación de las políticas públicas para el sector rural, 4. Plan de choque para la titulación de tierras y saneamiento de la propiedad rural, 5. Territorios de especial atención, entendidos estos como aquellas zonas estratégicas de páramos, ecosistemas, bosques, cuencas y demás ecosistemas que por su importancia para la supervivencia de los territorios y su población es determinante y necesaria su protección, 6. Reconocimiento y garantías al derecho a la consulta previa, libre e informada, referente a los asuntos que afecten a las comunidades campesinas, indígenas y afros, respetando la autodeterminación de las mismas, 7. Derogación de la ley Zidres, por su implicación y conflictividad que esta generará en los territorios y el peligro de apropiación de las tierras baldías de la nación; 8. Desarrollo de una nueva política minero energética, que respete los ecosistemas, a los territorios y sus comunidades. Prohibición del otorgamiento de títulos mineros en zonas frágiles, derogatoria de aquellos títulos que se han otorgado de manera inconsulta con las comunidades rurales; declaratoria de una moratoria minera; 9. Fortalecimiento de la economía campesina o economía propia; de igual manera la exigencia de políticas de garantías para el libre derecho a la organización, movilización, al acceso a una justicia imparcial, a la defensa de los derechos humanos, al esclarecimiento de los asesinatos contra líderes del movimiento agrario, la libertad de los dirigentes detenidos; fortalecimiento de las relaciones campo-ciudad, en términos de solidaridad y equidad, en general, el cumplimiento a las exigencias de la cumbre agraria, emanadas de su mandato popular en el 2014.
Los acuerdos alcanzados, obligan al Gobierno nacional a poner en práctica mecanismos políticos, económicos e institucionales que permita concretizar lo pactado con las organizaciones de la cumbre agraria; avanzando a la pronta solución a la crisis que vive el sector rural y su población.
El acuerdo busca abordar los diferentes puntos presentados por la cumbre tanto a nivel nacional como regional, las soluciones deberán ser concertadas con la plena participación de los voceros y organizaciones que se movilizaron y en un tiempo prudencial con evaluaciones permanentes por parte de estas y el Gobierno nacional. El acuerdo se sellará de forma definitiva en los próximos días en reunión con el presidente Santos y los miembros representativos de la Cumbre Agraria, Campesina, Étnica y Popular.
Dentro de los aprendizajes que nos deja la minga, es bueno observar que a pesar de las tensiones al interior de la cumbre en medio de la jornada y que el Gobierno trató de aprovechar para romper el paro agrario, corresponde decir que hubo la capacidad política para saber sortear tales situaciones y al final el Gobierno se vio en la obligación de sentarse con la dirección de la Cumbre Agraria en uno de los territorios históricos de la lucha campesina, indígena, afro y popular; como es la región del sur occidente colombiano. También es importante destacar que las fuerzas en movilización tenían claro que la jornada de paro no era en rechazo al proceso de paz, al contrario siempre hubo la convicción de que la paz requiere del respaldo popular en la calle, que no se trata de una paz en abstracto, que esta debe ser con justicia social y plenas garantías democráticas. Al mismo tiempo el paro se caracterizó por el rechazo contundente a las políticas neoliberales que han conducido a la población rural y urbana a condiciones de empobrecimiento acelerado; lo anterior se suma el rechazo a la criminalización de la protesta social y a la persecución contra las organizaciones populares.
Finalmente, la minga agraria hace parte de una nueva etapa de acumulación y correlación de fuerzas necesarias para seguir construyendo el camino unitario que nos conduzca por la senda de la transformación social y democrática que Colombia requiere con urgencia. A ello debemos contribuir dejando de lado el vanguardismo, la prepotencia y el sectarismo que muchas veces no permiten sentar las bases de la unidad popular. Construir una gran convergencia social y política, es el reto y debe ser el compromiso hacia la nueva Colombia.
lunes, 11 de julio de 2016
El Movimiento Campesino Colombiano desde la Teoría
Los estudiosos de la Sociedad Civil Organizada SCO o del denominado Tercer Sector, ven en los movimientos sociales uno de sus principales componentes y un fenómeno que merece toda la atención y reflexión. Esto no significa que deban ignorarse los otros colectivos que forman parte de la SCO (organizaciones no gubernamentales ONG, organizaciones sociales y grupos nacionalistas y religiosos) o que resulten menos interesantes para el estudio. Sin embargo, la realidad social y circunstancias de nuestros países van indicando cuál es el objeto que urge estudiar, es así que, si el mes pasado fueron los grupos nacionalistas, ayer las ONG, pues hoy son los movimientos sociales. Y es que cómo negar su importancia, en momentos en los que el Estado colombiano intenta toda suerte de reformas (salud, educación, justicia y tributaria) y de salidas presupuestales, ignorando a los directamente involucrados (profesionales de la salud, estudiantes de educación superior, campesinos, madres comunitarias, etc.).
Colombia ha seguido el ejemplo de otros países latinoamericanos como Chile y Argentina, en lo que a movimientos estudiantiles y de consumidores se refiere; pero sin riesgo de equivocación el que más enseñanzas ha dejado es el movimiento campesino que recientemente elevó su voz y se hizo sentir. Los movimientos sociales se clasifican en tradicionales y nuevos, los primeros incluyen trabajadores, campesinos y clases medias; los segundos abanderan asuntos como medio ambiente, derechos humanos, etc. En virtud de esta clasificación es que algunos movimientos de campesinos se registran como componentes de la SCO, pero en la categoría de grupos laborales y nacionalistas. Precisamente, en América Latina, los primeros movimientos sociales estuvieron relacionados con los campesinos y los obreros, en demanda por mejores condiciones de trabajo y por mayores apoyos gubernamentales.
La reciente expresión del movimiento campesino en Colombia, se remonta al 19 de agosto del presente año, fecha en la cual los cultivadores de papa (papicultores) del departamento de Boyacá, convocaron a una protesta como producto de su creciente inconformidad. Dado que un movimiento social, es un intento colectivo para proteger algunos valores en nombre de una creencia generalizada, la de los campesinos era la del abandono del campo, evidenciado en costos excesivos de producción, bajos precios de venta y ausencia de subsidios y créditos para el campo. Esto a todas luces imposibilita la competitividad del campo, en el marco de los numerosos tratados de libre comercio firmados y ratificados por el gobierno.
En virtud a que el activismo es la característica fundamental de los movimientos sociales, y que presenta diversas modalidades de expresión, como la movilización, las marchas de protesta, el boicot e incluso la rebelión; los papicultores protestaron mediante el bloqueo de importantes vías intermunicipales, impidiendo la circulación de todo tipo de vehículos. Esta práctica, que empezó a ser replicada por las concentraciones de campesinos de otros departamentos y por los indígenas de algunos pueblos, que no se sentían representados por los campesinos, sin duda alguna logro interrumpir la rutina diaria de los colombianos. En efecto, esta interrupción es el propósito básico de cualquier protesta social.
Los impactos no se hicieron esperar, pues en unos cuantos días, el desabastecimiento de alimentos (leche, carne, frutas, verduras, arroz y papa) y de combustible (gasolina y gas) fue el panorama de muchas ciudades del país. En las universidades y en los colegios públicos y privados se declaró el cese de actividades, algunas empresas incluso suspendieron labores. Dado que resulta normal que la acción de los movimientos sociales se torne molesta para algunos ciudadanos (comerciantes, profesores, médicos, empresarios, etc.), en Colombia la repuesta oficial usualmente es la criminalización de la protesta. Sin embargo, durante los 20 días de protesta campesina, la sociedad urbana expresó un claro respaldo, en muchas ciudades se realizaron cacerolazos nocturnos y movilizaciones pacíficas diurnas. Quienes apoyaron las movilizaciones, compartieron no solo el interés de los campesinos, sino también su identidad, la ruana entonces se convirtió en el símbolo de la dignidad de los campesinos, por lo que muchas comunidades (trabajadores, estudiantes, sindicalistas) la vistieron con gran orgullo. Desafortunadamente, en algunas localidades de Bogotá, la movilización fue objeto del sabotaje por parte de las bandas criminales emergentes (bacrim), que contrataron pandillas de jóvenes para provocar a la policía y para destruir el comercio. Incluso el gobierno nacional llegó a especular en torno a la infiltración de las fuerzas armadas revolucionarias de Colombia (farc).
El Escuadrón Móvil Antidisturbios (Esmad), es el grupo especial de la Policía Nacional responsable de la política de disuasión y contención. A todas luces, dicha instancia no goza de la mejor imagen entre los ciudadanos, a causa de las acciones desmedidas y provocadoras de sus agentes en las concentraciones pacíficas. Tras la protesta campesina, 26 uniformados empezaron a ser investigados por posibles excesos de fuerza en todo el país y después de casi tres meses, el propio director de la institución reconoció que, efectivamente se presentaron abusos de los agentes. Sin lugar a dudas el fin era sofocar la protesta y el presidente de la república no escatimó esfuerzos en reprimir, pues en la segunda semana de protestas, movilizó a cincuenta mil soldados a lo largo y ancho del país, desde luego que para contener a los campesinos. Fue normal que los campesinos reaccionaran frente a la presencia de la fuerza pública, al fin y al cabo, las prácticas de los movimientos sociales son de confrontación, de captación de la atención del público y de presión sobre quienes ostentan el poder. Si bien, los gobiernos reprimen cualquier manifestación de insatisfacción mediante las fuerzas disponibles, una militarización de estas magnitudes, lo único que confirmó fue el deseo del Estado por reprimir a los inconformes. Bajo este panorama, el movimiento campesino durante veinte días tuvo que resistir a las fuerzas de las Bacrim, de la guerrilla y de la fuerza pública.
La insatisfacción es, de manera general, el motor en la conformación de cualquier movimiento social. Y quien no se torna insatisfecho, con las autoridades y con la clase dirigente, cuando el campo colombiano ha vivido por más de cincuenta años en el abandono. Esto de alguna manera resulta paradójico, nuestros campesinos soportaron casi 13 gobiernos y cuando deciden elevar la voz, la represión es la respuesta. Es por todos sabido que, en los países en desarrollo –incluida Colombia con todo y sus pretensiones primer-mundistas de pertenecer a la OTAN a la OCDE y de firmar cuanto TLC le presentan–, la pobreza y la desnutrición se concentran en el campo; razón más que suficiente para que los campesinos exijan y reclamen la presencia del Estado. Imposible desconocer, que el activismo de los movimientos sociales enfatiza una concepción alternativa de política, en respuesta a las dificultades experimentadas por la democracia representativa.
Por último, bajo la perspectiva de las políticas públicas, los movimientos sociales están tomando la iniciativa en el diseño de las mismas, fue así que en la última semana de la protesta, el presidente anunció a los dirigentes gremiales, el inicio de la concertación de un Pacto Nacional por el Agro y el Desarrollo Rural, cuyo propósito sería transformar el sector agropecuario y reivindicar el abandono de 50 años. Como todos los movimientos sociales cosechan logros que, indudablemente mejoran los sistemas políticos y contribuyen a un ‘mejor-estar’ de las comunidades; Dignidad Agropecuaria Colombiana se registra como el gran resultado de las protestas campesinas, que reúne a los sectores duros de la protesta (cafeteros, paperos, arroceros, lecheros, cacaoteros, paneleros y cultivadores de caña de azúcar). Basta esperar entonces la respuesta gubernamental ante estas nuevas circunstancias
LAS CONSECUENCIAS DE LA GUERRA DE LOS CAMPESINOS
Con la retirada de Geismaier sobre el territorio veneciano había llegado a su fin el último acto de la guerra campesina. En todas partes los trabajadores del campo estaban sometidos otra vez a la dominación de los señores eclesiásticos, nobles o patricios; no se respetaron los tratados que en algunos sitios se habían firmado; las antiguas cargas fueron aumentadas por las enormes indemnizaciones cuyo pago impusieron los vencedores a los vencidos. El más grandioso intento revolucionario del pueblo alemán terminó por una derrota vergonzosa y una opresión redoblada[1]. Pero no fue la represión del movimiento la que a la larga hizo empeorar la situación de la clase campesina, pues antes de la guerra, la nobleza, los príncipes y los curas ya sacaban de sus vasallos lo que les era materialmente posible sacar; en aquella época la participación del campesino alemán en los productos de su trabajo, como la del proletariado de nuestros días, se limitaba al minimum de medios de subsistencia, indispensable para su propio mantenimiento y para la reproducción de la clase campesina. De manera general no cabía ya una mayor explotación. Muchos campesinos acomodados estaban arruinados, un sinnúmero de vasallos había tenido que pasar a la servidumbre, grandes extensiones de tierra comunal habían sido confiscadas y por la destrucción de sus viviendas, la devastación de sus campos y el desorden general habían sido arrojados gran número de campesinos a la carretera entre los vagabundos o entre los plebeyos de las ciudades. Pero las guerras y las devastaciones eran fenómenos muy corrientes en aquella época y el nivel de vida de la mayoría de los campesinos estaba tan bajo que su situación no podía ya empeorar a la larga a causa de los nuevos aumentos tributarlos. Las guerras religiosas que siguieron y por fin la guerra de los treinta años con sus incesantes devastaciones y matanzas en masa fueron para los campesinos un golpe mucho más duro que la guerra campesina. Sobre todo la guerra de los treinta años que aniquiló la mayor parte de las fuerzas productivas de la agricultura y que destruyó numerosas ciudades, fue la causa de la miseria verdaderamente espantosa en que durante mucho tiempo tuvieron que vivir los campesinos, plebeyos y burgueses arruinados.
Fue el clero quien más sufrió las consecuencias de la guerra campesina. Sus conventos y fundaciones habían sido quemados, sus tesoros robados y vendidos al extranjero o fundidos y sus provisiones se habían agotado. Los clérigos casi no habían podido oponer resistencia alguna, y el odio popular les había alcanzado con todo su vigor. Las demás clases, los príncipes, la nobleza y la burguesía hasta se alegraban en secreto por la mala suerte de los odiados prelados. La guerra de campesinos había popularizado la secularización de los bienes eclesiásticos en beneficio de los campesinos; los príncipes de sangre y una parte de las ciudades se pusieron a realizar esta secularización en su propio provecho; en los estados protestantes las propiedades de los prelados no tardaron en caer en manos de príncipes y patricios. Pero tampoco se había respetado la autoridad de los príncipes del clero, y los príncipes de sangre supieron aprovechar el odio popular en este sentido. Así vemos que el abad de Fulda terminó siendo un simple vasallo de Felipe de Hessen. Así la ciudad de Kempten obligó al principeabad a vender por un precio irrisorio una serie de valiosos privilegios que poseía en la ciudad.
También la nobleza había sufrido grandes daños. La mayor parte de sus castillos estaba en cenizas, muchas de las mejores familias estaban arruinadas y tuvieron que ganarse la vida al servicio de los príncipes. Su impotencia frente a los campesinos había quedado patente; la nobleza había sido derrotada en todas partes y forzada a capitular: lo único que la salvo fue la intervención de los ejércitos de los príncipes. La nobleza tuvo que perder su significación como clase imperial libre para caer más y más bajo la dependencia de los príncipes.
Tampoco las ciudades sacaron gran provecho de la guerra campesina. La dominación de los “honorables” quedo asegurada de nuevo; la oposición de los ciudadanos estaba quebrantada por mucho tiempo. Así la vieja rutina de los patricios fue sobreviviéndose hasta la revolución francesa, paralizando totalmente el comercio y la industria. Los príncipes hacían responsables a las ciudades de los éxitos momentáneos que en su seno había obtenido el partido burgués o plebeyo durante la lucha. Muchas ciudades que desde tiempo atrás formaban parte del territorio de los príncipes, sufrieron grandes perjuicios, se les privó de sus privilegios, entregándolas de manos atadas a la arbitrariedad de los príncipes explotadores, (p. e., Franken Nansen, Arnstadt, Schmaikhalden, Witsburgo, etc.), muchas ciudades libres, aunque no fueron incorporadas a los principados (como Mühlhausen) pasaron a depender moralmente de los príncipes vecinos: así sucedió con un gran número de ciudades imperiales en Franconia.
Los príncipes fueron los únicos que en estas circunstancias pudieron sacar algún provecho de los resultados de la guerra campesina. Hemos visto en el comienzo de nuestra exposición que el incompleto desarrollo industrial, comercial y agrícola de Alemania hacia imposible toda centralización y unión de los alemanes en una nación, no permitiendo más que una centralización local o provincial; los príncipes eran los representantes de esta centralización dentro de la división y formaban la clase a la que únicamente debía beneficiar todo cambio de las condiciones sociales y políticas de la época. El nivel que había alcanzado Alemania era tan bajo y el desarrollo de las diferentes provincias tan desigual que al lado de los principados seculares aun podían subsistir soberanías eclesiásticas, ciudades republicanas y condes y barones independientes. Sin embargo, la evolución tendía, aunque lenta y penosamente hacia la centralización provincial, es decir hacia la subordinación de las demás clases bajo la de los príncipes. Ellos por consiguiente fueron los únicos que podían ganar algo en la guerra de los campesinos y así fue. Ganaron, no sólo relativamente por debilitarse sus rivales, el clero, la nobleza y las ciudades, sino también llevándose lo mejor del botín. Los bienes eclesiásticos fueron secularizados en su beneficio; una parte de la nobleza más o menos arruinada tuvo que irse acogiendo bajo su soberanía; las indemnizaciones de las ciudades y de los campesinos vinieron a aumentar sus caudales; además las oportunidades de practicar sus operaciones financieras predilectas aumentaron de manera insólita al suprimirse la gran cantidad de privilegios de las ciudades.
El principal efecto de la guerra de campesinos fue agudizar v consolidar la división política de Alemania, esta misma división que había sido la causa del fracaso.
Hemos visto que Alemania estaba no solamente dividida en un sinnúmero de provincias independientes y totalmente ajenas una a otra sino que también en cada provincia la nación se dividía en numerosas clases y fracciones de clases. Además de los príncipes y curas nos encontramos con la nobleza y los campesinos en el campo y con los burgueses y plebeyos en las ciudades formando clases con intereses totalmente distintos, cuando no contrarios. Por encima de todos estos intereses tan complicados estaban todavía los del emperador y del papa. Hemos visto como todas estas tendencias llegaron por fin —aunque de manera lenta. incompleta y desigual según las reuniones— a formar tres grandes grupos; hemos visto que a pesar de existir estos grupos cuya formación tanto trabajo había costado, cada clase se oponía por su parte a la evolución nacional por el cauce que le fijaban las circunstancias de la época. Y como cada clase quería ir al movimiento por su propia cuenta, entró en conflicto no sólo con todas las clases conservadoras, sino también con las demás clases de la oposición, teniendo que sucumbir finalmente. Así la nobleza en la sublevación de Sickingen, los campesinos en la guerra campesina, los burgueses con su Reforma moderada. Así los mismos campesinos no llegaron en las demás regiones alemanas a un acuerdo para la acción común con los plebeyos, entorpeciéndose ambos el camino. Asimismo hemos visto cuales fueron las causas de esta fragmentación de la lucha de clases, de la consiguiente derrota total del movimiento revolucionario y de la derrota parcial del movimiento burgués.
La precedente exposición había demostrado a todos que la división local y provincial y el consiguiente particularismo hizo que se hundiera todo el movimiento; se había visto, como ni los burgueses, ni los campesinos, ni los plebeyos llegaron a la unidad de acción en la nación entera, como en cada provincia los campesinos actuaban por su propia cuenta negándose a ayudar a sus vecinos y como de esta manera fueron aniquilados aisladamente en sucesivas batallas y por ejércitos que ni siquiera sumaban la décima parte de la totalidad de los insurgentes. Los diferentes armisticios y tratados que algunos destacamentos aislados firmaron con sus adversarios constituyen otros tantos actos de traición a la causa común; el hecho de que los destacamentos se agrupasen, no con el fin de llevar a cabo, ellos mismos una acción común, sino forzados, bajo la amenaza de sucumbir ante un enemigo común; constituye la prueba más contundente de la indiferencia que los campesinos de una provincia mantenían frente a las de otra a consecuencia de su mutuo reconocimiento
También allí es evidente la analogía con el movimiento de 1848-1850. También en 1848 estaban en pugna los intereses de las diferentes clases de la oposición, y cada una actuaba por su propia cuenta. La burguesía se había desarrollado lo suficiente para no tolerar ya el absolutismo burocráticofeudal, pero aun no tenía bastante fuerza para subordinar los deseos de otras clases a los suyos. El proletariado era aun demasiado débil para poder confiar en una rápida superación del periodo burgués y en una pronta conquista del poder; en cambio ya había podido apreciar bajo el absolutismo las delicias del régimen burgués y ya había adquirido el suficiente desarrollo para no dudar ni un momento de que la emancipación de la burguesía no era su propia emancipación. La masa de la nación, los pequeñoburgueses, artesanos y campesinos, se vio abandonada por la burguesía que aun era su aliado natural, pero que ya la consideraba como demasiado revolucionario, y también en algunos casos por el proletariado por no ser bastante avanzada; como estaba dividida entre si, ella tampoco pudo conseguir nada hallándose en oposición continua contra sus aliados de derecha e izquierda. Por fin el particularismo de los campesinos en 1525 no pudo ser mayor que el de todas las clases que tomaron parte en el movimiento de 1848. Lo demuestran con claridad diáfana las cien diferentes revoluciones locales seguidas de otras cien contrarrevoluciones llevadas a cabo con la misma facilidad y el mantenimiento final de la división en estados fragmentarlos. Quienes conociendo los resultados de las dos revoluciones alemanas de 1525 y de 1848 todavía son capaces de divagar sobre la “Republica federal” no merecen sino ser encerrados en un manicomio.
Pero a pesar de tantas analogías, ambas revoluciones, la del siglo XVI como la de 1848-1850 se diferencian profundamente. La revolución de 1848, si bien no demuestra nada en favor de los progresos realizados en Alemania, por lo menos pone de manifiesto el progreso de Europa.
¿Quien se beneficio con la revolución de 1525? Los príncipes. ¿Quién se benefició con la revolución de 1848? Los grandes príncipes, es decir Austria y Prusia. Detrás de los pequeños príncipes de 1525 se ocultaban los burgueses mezquinos de la época, que los tenían mediatizados por ser ellos quienes concedían y pagaban el impuesto, mientras los grandes príncipes de 1850, es decir, Austria y Prusia, representaban a los grandes burgueses modernos que los tienen bajo su férula, que es la deuda del estado. Pero detrás de los grandes burgueses están los proletarios.
La revolución de 1525 fue un asunto particular de Alemania. Los ingleses, franceses, checos y húngaros ya habían hecho su guerra de campesinos, cuando los alemanes empezaron a hacerla. Si Alemania estaba dividida, Europa lo estaba mucho más. La revolución de 1848 no fue un asunto particular de Alemania, sino parte de un gran acontecimiento europeo. Las causas que la motivaron y que no dejaron de influir en ella durante todo su transcurso no se producen en un sólo país, ni siquiera en un solo continente. Al contrario, los países que fueron el teatro de esta revolución son los que menos participaron en su génesis. No son sino materia más o menos amorfa e inconsciente, transformada en el curso de un proceso en el que ahora participa el mundo entero y por un movimiento que en las condiciones actuales de la sociedad no nos puede aparecer sino como una potencia extraña, aunque por fin resulta ser nuestro propio movimiento. La revolución de 1848-1850 no puede, por lo tanto, terminar como la de 1525.
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