Sobre el movimiento campesino, América Latina y Colombia
El mundo tecnológico y súper industrializado actual ha generado que el campo solo exista en la medida en que provee alimentos para los habitantes de las grandes urbes, sobre todo, para los de los países desarrollados. La cultura occidentalizadora y la mentalidad moderna desprecian a los habitantes rurales por considerarlos rústicos e incivilizados. Este es uno de los productos del avance de la globalización Neoliberal, que a su vez, no ha sido un fenómeno natural, sino que ha estado impulsado por intereses económicos y políticos, locales y mundiales.
La actual situación del campesinado, sobre todo en los países más débiles económicamente, obedece a un proceso de globalización del mercado. A medida que los grandes capitales eran acumulados, mientras el mercado libre abría sus puertas, los países del sur se empobrecían y sus condiciones materiales empeoraban (Fals, 2008). La preeminencia de lo económico sobre lo cultural, lo social y lo humano es uno de los principales problemas de la globalización, según el profesor Orlando Fals Borda.
De esa manera se han ido generando procesos de resistencia de amplios sectores campesinos que reivindican la necesidad de proteger y preservar todo lo que significa pertenecer a un determinado modo de vida asociado con lo rural, lo tradicional y lo productivo. Al mismo tiempo, el empobrecimiento de los campesinos en los países de Latinoamérica supone un esfuerzo mucho mayor para sobreponerse a los embates de la economía de capital.
Algunos antecedentes históricos
Desde la edad media la población campesina ha estado en los escalones más bajos de la pirámide social. “Es difícil encontrar un periodo de la historia humana, historia en la que siempre estuvieron presentes los campesinos en sus distintas formas de organización social y de relación con la naturaleza, sin que el tratamiento dispensado a los campesinos estuviera recubierto de desdén y humillación” (Martins de Carvalho, 2012).
La colonización europea, fundamentalmente la española y la portuguesa, introdujo en la América de entonces, modelos de latifundio y de apoderamiento de la tierra por parte de unos pocos, que han ido evolucionando en sus formas, pero que en esencia, hoy parece que fueran los mismos. A medida que se desarticularon las sociedades existentes, la cultura dominante impuso su modo de ver el mundo, su religión, pero sobre todo su forma de relacionarse con la tierra y sus nuevas técnicas de producción.
De igual manera, la colonización impuso todo el racionalismo europeo y su forma de ver el mundo, lo que fue perfilando dos grandes grupos sociales, los ignorantes y los cultos ilustrados, o, como lo planteó más acertadamente Domingo Faustino Sarmiento en el siglo XIX, esa dicotomía entre “Civilización y Barbarie”. Los hechos demostraron a su vez que, esa tal civilización fue atroz y violenta al imponer sus modelos políticos, económicos, sociales y culturales. En este contexto, los campesinos han ocupado el espacio de la barbarie, por lo cual, los estados latinoamericanos han olvidado y despreciado a este importante sector de la historia del continente. Y hay que decir de la historia, porque es a partir del entorno rural que se desarrollan los países de la región latinoamericana.
Ese espíritu colonial y excluyente tiene sus raíces en la historia, pero el problema es que ha logrado sobrevivir y no solo ha menospreciado lo que significa ser un ser rural, sino que lo ha empobrecido y marginado. No obstante, los campesinos han encontrado diversas formas de resistencia, que los ha ayudado en ese difícil trasegar. Los movimientos campesinos, en ocasiones violentos y en otras no, muestran un sujeto con unas condiciones y unas características más bien comunes que los llevan a cooperar, a trabajar por su entorno y a hacerle frente a una sociedad que aún cree que trabajar la tierra y convivir en armonía con la naturaleza es de salvajes indómitos.
Los embates de las fuerzas civilizatorias se encontraron con sectores sociales que tenían unas relaciones muy arraigadas con su entorno, con la tierra, con la naturaleza y con sus coterráneos. Esa relación del campesinado con el entorno ha ido estructurando diversas formas de resistencia, las cuales se han tenido que ir transformando al ritmo que se transformaba el sistema económico mundial. Con la entrada abrupta del sistema económico capitalista y especialmente con el fenómeno de la globalización, ingresaron al continente latinoamericano formas de explotación, de colonización y de dominación mucho más sofisticadas, se habló de avance científico para que las tierras fueran más productivas y se habló de tratados económicos y comerciales entre grandes y chicos para acabar de aplastar a estos últimos.
La globalización capitalista y su imposición
Como lo plantea Fals Borda, la globalización ha sido una imposición de arriba hacia abajo, por colonizadores intelectuales que se van apoderando de importantes ámbitos de la vida como el educativo o el cultural, a través de los medios de comunicación que son capaces de llegar a cada rincón sin muchas dificultades (Fals, 2008). En ese proceso de intromisión, los emporios multinacionales han logrado entrar a los territorios rurales con el ánimo de volverlo más productivo a costa de la explotación campesina y de la destrucción del medio ambiente.
El saber técnico y científico, ya más sofisticado que en la época de la colonia, se comenzó a imponer con el auge del sistema liberal de mercado sobre todo en la segunda mitad del siglo XX. Una vez más la dicotomía entre “Civilización y Barbarie” terminó en manos de la élites económicas, por la vía de ámbitos más diplomáticos, en apariencia, ya que, por debajo lo que se movían eras redes dispuestas a todo con tal de acaparar el poder económico.
“En una lógica del todo vale para enriquecerse instaurada por la ideología Neoliberal, que además institucionaliza esa participación privilegiada y mafiosa de las élites económicas mediante los lobby y otras formas aún más oscurantistas y corruptas: los sobornos, los sobres, la prevaricación, las dietas y malversación de fondos, el nepotismo, etc.” (Casado y Martínez, 2013).
La mayoría de los gobiernos en América Latina han estado encabezados por las élites económicas y políticas, que han actuado de acuerdo con los intereses privados, en contra de las clases más vulnerables, entre las que se encuentran la mayoría de los sectores campesinos.
Una idea de bienestar fue llevada a la mayoría de los lugares de planeta por la globalización neo-liberal. El crecimiento económico y la acumulación de capital se convirtió en un credo, sin importar las grandes desigualdades en lo que respecta a las oportunidades, sin tener en cuenta un planeta finito y aplastando las formas diferentes de ver y de sentir el mundo. La industria en la gran ciudad fue lo que simbólicamente representó esta mentalidad burguesa que despreció al campo y a sus habitantes.
Con el modelo impuesto, en países como Colombia y debido a la pobreza que se comenzó a sentir en los sectores rurales, se dieron grandes migraciones de campesinos hacia los centros urbanos. La arquitectura de la periferia de las grandes ciudades es la prueba de esos grandes desplazamientos generados por la pobreza y la violencia. Una globalización internacional y unos gobiernos funcionales a los intereses privados fueron la fatídica fórmula que resultó en un campo descuidado y desolado, gobernado por la ley del más fuerte.
La globalización del modelo capitalista deja al descubierto sus formas violentas y atroces de imponerse cuando se observan las dictaduras de varios países de América Latina en los años 70. Algunas más cruentas que otras, las dictaduras fueron un freno a las reivindicaciones populares, un freno al socialismo que amenazaba con apoderarse de las instituciones y al mismo tiempo una imposición del mercado en la vida de los individuos. Después de mantener estos regímenes por algunos años, a Estados Unidos en unión con el primer mundo, les resultaros incómodos estos tipos de dictadores e impusieron los gobiernos de las democracias electorales. De esa forma, los mismos gobiernos de las mismas élites ganaron legitimidad para seguir favoreciendo a los grandes intereses privados.
El movimiento campesino en Colombia
Un estado colombiano frágil históricamente, sin la capacidad de abarcar el territorio colombiano en su totalidad, ha dejado el campo y sus habitantes desprotegidos y con muchos conflictos, que han llevado a que hoy, exista una guerra que ha sido casi que imposible de acabar. La Guerra de los Mil Días, que se dio a principios del siglo XX fue la antesala de la violencia a muerte entre los dos partidos tradicionales: el Partido Liberal y el Partido Conservador.
A partir de la confrontación entre los dos partidos tradicionales en las primeras décadas del siglo pasado se comenzaron a constituir los primeros focos de resistencia campesina en forma de guerrillas, articuladas por campesinos pobres liberales, que eran perseguidos por los conservadores, que a su vez hacían parte de las fuerzas policiales del Estado. Las concepciones ideológicas, aunque diferían, no eran radicalmente de trascendentales en la práctica. La muerte reprodujo los odios contra los que pertenecían al color del partido contrario.
El problema de esta violencia era que mientras los campesinos del común se asesinaban unos a otros, las élites se repartían el poder político y económico. Este panorama produjo que después de la primera mitad del siglo XX se comenzaran a conformar guerrillas que se fueron alineando con los sistemas socialistas del momento, básicamente la Unión Soviética y Cuba. Hay que decir que estos grupos no fueron un capricho, sino más bien el resultado de un estado fragmentado y débil, el cual era incapaz de garantizar modos de vida dignos a los habitantes rurales. Es menester mencionar al menos dos grupos que hasta hoy han estado presentes en el trasegar de la historia de Colombia, estos son las Farc y el ELN.
Estos grupos guerrilleros hicieron las veces de estado en las zonas donde éste no podía, o más bien, no se interesaba por estar. Se crearon modos de organización social en torno a agentes que en ese momento eran legítimos en determinadas zonas, pero al mismo tiempo, ilegales. Paralelamente a estos entornos, el campo se convirtió en un escenario de batalla y el actor más perjudicado fue la población civil que vivía en medio del fuego de los fusiles. Muertes, pobreza, desplazamientos masivos y un campo muy fragmentado fueron el resultado de esta dinámica de guerra.
Posteriormente, hacia la década de 1980 el conflicto se agudiza, entran en el escenario el narcotráfico y los grupos paramilitares, que al mismo tiempo que se toman el estado, actúan con las fuerzas militares en operaciones conjuntas y destruyen todo intento de la población civil para incidir en la política. Una prueba evidente de la forma de accionar sobre los movimientos sociales fue el emblemático caso de la Unión Patriótica, el cual fue un movimiento social amplio, pero exterminado completamente por el estado junto a grupos ilegales.
La Unión Patriótica fue un movimiento político de izquierda que se creó en torno a unas conversaciones de paz entre las Farc y el gobierno de Belisario Betancur hacia el año 1985. A la iniciativa de las Farc de insertarse en la vida civil y política del país se sumaron sectores de otros grupos armados como el ELN. Ya con el movimiento funcionando, dominando importantes escenarios públicos y de la política del país, con candidatos fuertes para llegar a la presidencia; el estado y otros grupos armados de la ultraderecha desencadenan una oleada de violencia, hasta exterminar y diluir el movimiento. Algunos volvieron al camino de las armas mientras que otros tuvieron que exiliarse. El caso de la Unión Patriótica es fundamental para entender la dificultad que han tenido los movimientos sociales en el entorno colombiano. También hay que decir que este movimiento contaba con amplios sectores campesinos que sufrieron con la muerte o con el desplazamiento, las acciones del estado en su contra.
La historia más reciente no fue menos violenta con los sectores campesinos. Ocho años del gobierno de Álvaro Uribe significaron desplazamientos, asesinatos selectivos de campesinos inocentes, los llamados falsos positivos; significó la entrada de empresas nacionales y extranjeras a extraer los recursos naturales y a arrasar el campo, entre otras cosas. Se recrudeció el conflicto debido a una mayor injerencia de los Estados Unidos en lo militar y se impulsó la acumulación de riqueza a pequeños sectores ganaderos y terratenientes del país.
Para entender lo que se ha denominado Movimiento Campesino en Colombia hay que tener en cuenta el entorno rural de este país en clave de una mirada histórica. En efecto, una sociedad rural pobre, víctima de la violencia y fragmentada no es muy propicia para que se gesten movimientos con una gran capacidad de acción y de influencia. Sin embargo, desde los sectores rurales se han ideado diversas formas de resistir y de luchar por sus derechos, en pro de una vida más justa, libre y digna en el campo.
Las llamadas juntas de acción comunal son una figura organizativa de orden legal donde los campesinos pueden reunirse, discutir y disidir, los asuntos importantes que atañen a su comunidad. Esta figura se ha constituido en una importante forma de participación para los sectores campesinos. A pesar de ello, hay que plantear que legalmente no existe ninguna forma organizativa que otorgue un amplio poder de decisión y de participación al campesinado.
Por ejemplo, gracias a la consolidación del movimiento indígena, la ley colombiana les otorgó a estas comunidades amplios poderes para decidir sobre sus territorios y sus pueblos. Las comunidades indígenas y afrodescendientes tienen facultades especiales. Por el contrario, los sectores políticos no se han interesado en empoderar a los sectores campesinos debido a que hay fuertes pugnas económicas y de poder de por medio. La explotación de los recursos, sobre todo lo que respecta al tema minero-energético, es uno de los pilares del actual gobierno y empoderar a las comunidades campesinas –que sería lo más lógico y justo –significaría dejar en sus manos las decisiones que atañen a estos temas.
Actualmente se ha generado un debate en Colombia en torno a una figura legal llamada Zona de Reserva Campesina, que les otorgaría poderes especiales a las comunidades campesinas para decidir sobre su territorio y su comunidad. Para los intereses económicos esto sería igual a darles el poder de decisión a los campesinos para entrar en sus territorios a extraer recursos y explotar la tierra. Para el movimiento campesino actual lograr que esta figura se materialice y se normalice en el territorio colombiano es una de las premisas. Si bien es verdad que hay algunas zonas de reserva constituidas legalmente, el gobierno actual se ha mostrado reacio frente a esta propuesta.
Por otra parte, y dejando el tema legal, en los últimos años el movimiento campesino ha demostrado que tiene una capacidad de acción importante. Las condiciones de pobreza, la dominación de élites y la violencia, también son factores para que los movimientos sociales se consoliden y luchen en pro de diferentes alternativas y reivindicaciones.
Esto es: “Efectivamente, afirmamos a los Movimientos Sociales como agentes especialmente relevantes a la hora de pensar, comprender e intervenir en las formas de inferiorización, subordinación y dominación de unos sectores sociales sobre otros que se producen en las diferentes sociedades y en este sistema-mundo en su conjunto” (Casado y Martínez. 2013).
Inconformismo campesino
El año pasado Colombia se vio inundado del inconformismo de los diferentes movimientos campesinos que de alguna forma se sacudieron un poco y cuestionaron a los poderes de las élites que están empobreciendo el campo. Un paro de cafeteros que contó con grandes manifestaciones en la capital y en diferentes ciudades de Colombia, obligó al gobierno a sentarse y negociar algunos puntos que reclamaban los campesinos. En este sentido es importante observar la manera en que un movimiento social justo, consigue un empoderamiento político y consigue trasladar sus necesidades a los diferentes ámbitos de la sociedad.
Como este movimiento, se dieron otras manifestaciones de diferentes sectores del campesinado en Colombia, que llamaron la atención sobre las problemáticas más acuciantes de los habitantes rurales. Además de ello, se hicieron evidentes las formas creativas y estratégicas de reivindicación, que llevaron a que el gobierno tuviera que acceder a una negociación, después de tratar de negar tal movimiento.
Este tipo de movimientos a la vez que reivindican necesidades propias y justicias inherentes a su sentir, llaman la atención sobre los modelos económicos que prevalecen en la sociedad actual. Hacen un llamado a la relación que se está teniendo con la naturaleza, donde el hombre es el centro, mientras que el mundo natural se destruye a su alrededor y a su servicio, donde se prevalece una visión antropocéntrica del mundo, que tiene que ver con el egocentrismo que genera el ansia de acumulación material.
Los movimientos campesinos, como los feministas, los ecologistas o los indígenas, entre otros, nos hacen un llamado sobre la forma de ver y de entender nuestra situación en un mundo donde hacemos parte de la vida en su conjunto, donde no somos ni más ni menos, sino simplemente otro actor más, que debe ser capaz de pensar más allá de satisfacer sus propias vanidades. En este sentido:
“Un ejemplo de esa creatividad y búsqueda pro-activa de alternativas son las nuevas visiones de sociedad que se están articulando desde propuestas y prácticas ecologistas, feministas, campesinas e indígenas para situar en el centro la reproducción y sostenibilidad de la vida, de manera que la economía se ponga al servicio de la vida y como subsistema de la biosfera, y no al contrario” (Casado y Martínez. 2013).
Resulta imposible no hacer una referencia al saber académico como espacio fundamental de reflexión y de crítica alrededor de los movimientos sociales. Parece que la Universidad de hoy reprodujera los intereses del gran capital privado, la gran mayoría de la educación superior se inserta en una lógica colonialista, donde el conocimiento llamado científico se siente superior, mientras deja de lado propender por un diálogo de saberes desde la igualdad y la inclusión.
El Movimiento Campesino, al lado de otros movimientos emancipadores, hace un llamado al respeto de los saberes populares, de los saberes que se encuentran fuera de las instituciones, pero que al mismo tiempo tienen mucho que aportarle a la sociedad. Es necesario tener cuidado en el trasegar académico, tener conciencia de lo que se está produciendo, porque así la ciencia grite que es neutral, siempre se está más a un lado que al otro, entre esa gama de matices que adorna todo el espacio ideológico.
Como lo planteaba Fals Borda, es necesaria una relación horizontal entre los diferentes saberes o conocimientos. Es en esa relación que se podrán entender las diferentes formas de pensar y al mismo tiempo, se comenzarán a desprender de nosotros esas actitudes y pensamientos de un colonialismo anquilosado en nuestras almas.
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