lunes, 11 de julio de 2016

El Movimiento Campesino Colombiano desde la Teoría


Los estudiosos de la Sociedad Civil Organizada SCO o del denominado Tercer Sector, ven en los movimientos sociales uno de sus principales componentes y un fenómeno que merece toda la atención y reflexión. Esto no significa que deban ignorarse los otros colectivos que forman parte de la SCO (organizaciones no gubernamentales ONG, organizaciones sociales y grupos nacionalistas y religiosos) o que resulten menos interesantes para el estudio. Sin embargo, la realidad social y circunstancias de nuestros países van indicando cuál es el objeto que urge estudiar, es así que, si el mes pasado fueron los grupos nacionalistas, ayer las ONG, pues hoy son los movimientos sociales. Y es que cómo negar su importancia, en momentos en los que el Estado colombiano intenta toda suerte de reformas (salud, educación, justicia y tributaria) y de salidas presupuestales, ignorando a los directamente involucrados (profesionales de la salud, estudiantes de educación superior, campesinos, madres comunitarias, etc.).
Colombia ha seguido el ejemplo de otros países latinoamericanos como Chile y Argentina, en lo que a movimientos estudiantiles y de consumidores se refiere; pero sin riesgo de equivocación el que más enseñanzas ha dejado es el movimiento campesino que recientemente elevó su voz y se hizo sentir. Los movimientos sociales se clasifican en tradicionales y nuevos, los primeros incluyen trabajadores, campesinos y clases medias; los segundos abanderan asuntos como medio ambiente, derechos humanos, etc. En virtud de esta clasificación es que algunos movimientos de campesinos se registran como componentes de la SCO, pero en la categoría de grupos laborales y nacionalistas. Precisamente, en América Latina, los primeros movimientos sociales estuvieron relacionados con los campesinos y los obreros, en demanda por mejores condiciones de trabajo y por mayores apoyos gubernamentales.
La reciente expresión del movimiento campesino en Colombia, se remonta al 19 de agosto del presente año, fecha en la cual los cultivadores de papa (papicultores) del departamento de Boyacá, convocaron a una protesta como producto de su creciente inconformidad. Dado que un movimiento social, es un intento colectivo para proteger algunos valores en nombre de una creencia generalizada, la de los campesinos era la del abandono del campo, evidenciado en costos excesivos de producción, bajos precios de venta y ausencia de subsidios y créditos para el campo. Esto a todas luces imposibilita la competitividad del campo, en el marco de los numerosos tratados de libre comercio firmados y ratificados por el gobierno.
En virtud a que el activismo es la característica fundamental de los movimientos sociales, y que presenta diversas modalidades de expresión, como la movilización, las marchas de protesta, el boicot e incluso la rebelión; los papicultores protestaron mediante el bloqueo de importantes vías intermunicipales, impidiendo la circulación de todo tipo de vehículos. Esta práctica, que empezó a ser replicada por las concentraciones de campesinos de otros departamentos y por los indígenas de algunos pueblos, que no se sentían representados por los campesinos, sin duda alguna logro interrumpir la rutina diaria de los colombianos. En efecto, esta interrupción es el propósito básico de cualquier protesta social.
Los impactos no se hicieron esperar, pues en unos cuantos días, el desabastecimiento de alimentos (leche, carne, frutas, verduras, arroz y papa) y de combustible (gasolina y gas) fue el panorama de muchas ciudades del país. En las universidades y en los colegios públicos y privados se declaró el cese de actividades, algunas empresas incluso suspendieron labores. Dado que resulta normal que la acción de los movimientos sociales se torne molesta para algunos ciudadanos (comerciantes, profesores, médicos, empresarios, etc.), en Colombia la repuesta oficial usualmente es la criminalización de la protesta. Sin embargo, durante los 20 días de protesta campesina, la sociedad urbana expresó un claro respaldo, en muchas ciudades se realizaron cacerolazos nocturnos y movilizaciones pacíficas diurnas. Quienes apoyaron las movilizaciones, compartieron no solo el interés de los campesinos, sino también su identidad, la ruana entonces se convirtió en el símbolo de la dignidad de los campesinos, por lo que muchas comunidades (trabajadores, estudiantes, sindicalistas) la vistieron con gran orgullo. Desafortunadamente, en algunas localidades de Bogotá, la movilización fue objeto del sabotaje por parte de las bandas criminales emergentes (bacrim), que contrataron pandillas de jóvenes para provocar a la policía y para destruir el comercio. Incluso el gobierno nacional llegó a especular en torno a la infiltración de las fuerzas armadas revolucionarias de Colombia (farc).
El Escuadrón Móvil Antidisturbios (Esmad), es el grupo especial de la Policía Nacional responsable de la política de disuasión y contención. A todas luces, dicha instancia no goza de la mejor imagen entre los ciudadanos, a causa de las acciones desmedidas y provocadoras de sus agentes en las concentraciones pacíficas. Tras la protesta campesina, 26 uniformados empezaron a ser investigados por posibles excesos de fuerza en todo el país y después de casi tres meses, el propio director de la institución reconoció que, efectivamente se presentaron abusos de los agentes. Sin lugar a dudas el fin era sofocar la protesta y el presidente de la república no escatimó esfuerzos en reprimir, pues en la segunda semana de protestas, movilizó a cincuenta mil soldados a lo largo y ancho del país, desde luego que para contener a los campesinos. Fue normal que los campesinos reaccionaran frente a la presencia de la fuerza pública, al fin y al cabo, las prácticas de los movimientos sociales son de confrontación, de captación de la atención del público y de presión sobre quienes ostentan el poder. Si bien, los gobiernos reprimen cualquier manifestación de insatisfacción mediante las fuerzas disponibles, una militarización de estas magnitudes, lo único que confirmó fue el deseo del Estado por reprimir a los inconformes. Bajo este panorama, el movimiento campesino durante veinte días tuvo que resistir a las fuerzas de las Bacrim, de la guerrilla y de la fuerza pública.
La insatisfacción es, de manera general, el motor en la conformación de cualquier movimiento social. Y quien no se torna insatisfecho, con las autoridades y con la clase dirigente, cuando el campo colombiano ha vivido por más de cincuenta años en el abandono. Esto de alguna manera resulta paradójico, nuestros campesinos soportaron casi 13 gobiernos y cuando deciden elevar la voz, la represión es la respuesta. Es por todos sabido que, en los países en desarrollo –incluida Colombia con todo y sus pretensiones primer-mundistas de pertenecer a la OTAN a la OCDE y de firmar cuanto TLC le presentan–, la pobreza y la desnutrición se concentran en el campo; razón más que suficiente para que los campesinos exijan y reclamen la presencia del Estado. Imposible desconocer, que el activismo de los movimientos sociales enfatiza una concepción alternativa de política, en respuesta a las dificultades experimentadas por la democracia representativa.
Por último, bajo la perspectiva de las políticas públicas, los movimientos sociales están tomando la iniciativa en el diseño de las mismas, fue así que en la última semana de la protesta, el presidente anunció a los dirigentes gremiales, el inicio de la concertación de un Pacto Nacional por el Agro y el Desarrollo Rural, cuyo propósito sería transformar el sector agropecuario y reivindicar el abandono de 50 años. Como todos los movimientos sociales cosechan logros que, indudablemente mejoran los sistemas políticos y contribuyen a un ‘mejor-estar’ de las comunidades; Dignidad Agropecuaria Colombiana se registra como el gran resultado de las protestas campesinas, que reúne a los sectores duros de la protesta (cafeteros, paperos, arroceros, lecheros, cacaoteros, paneleros y cultivadores de caña de azúcar). Basta esperar entonces la respuesta gubernamental ante estas nuevas circunstancias

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