Colombia: El poder unitario de la movilización social agraria y popular
De nuevo, el movimiento campesino, los pueblos indígenas, las comunidades afrodescendientes, con el acompañamiento activo de numerosos sectores populares se vieron abocados a tomarse las carreteras del país; en una gran convergencia social y política, que posibilitó el desarrollo de acciones y nuevas dinámicas populares, como consecuencia de los incumplimientos y las dilataciones del Gobierno nacional a los acuerdos firmados en las movilizaciones y parosagrarios en los años 2013, 2014 y 2015 respectivamente, producto de la crisis estructural que vive el campo colombiano y que requieren de salidas igualmente estructurales.
En efecto, la Minga Agraria, Campesina, étnica y popular como se le proclamó en el llamamiento nacional hecho por la Cumbre Agraria; se convirtió muy rápidamente en una fuerza social incontenible que le comunicó al Gobierno central su obligación de cumplir lo pactado años anteriores; pero a la vez de no seguir jugando sucio, no continuar su estrategia de dilatación; dando paso de inmediato a la implementación de políticas agarias consensuadas con el movimiento campesino e indígena; políticas que saquen del caos, el abandono y empobrecimiento al campo colombiano y su población.
La voz, de los miles de manifestantes, campesinos, indígenas, afrodescendientes y sectores populares que se resisten al olvido, a la destrucción de sus territorios, al desplazamiento, a la privatización y saqueo de los bienes naturales, en general a la precarización de su forma de vida se hizo sentir de manera unitaria y consciente en la convocatoria del paro agrario y popular. El rechazo unánime a las políticas anticampesinas y sociales que someten a condiciones de indignidad a la gran mayoría de la población que componen la geografía rural y urbana del territorio patrio. Podemos decir que la fuerza de la dignidad y la paz con justicia social se hizo visible a lo largo y ancho del territorio nacional. Demostrando de hecho que los pueblos tienen el derecho de levantarse y exigir de sus gobernantes la atención y solución de los problemas que los agobia y de no ser así, el derecho a construir su propio gobierno.
De otra parte el Gobierno nacional, siguiendo viejos métodos de desinformación y de tratar de minimizar las exigencias de las organizaciones convocantes del paro agrario; desde antes de empesar la jornada de movilización, comenzó con sus señalamientos, calumnias y descalificación de la justeza de la minga agraria; lo que a la postre utilizó como justificación para dar un tratamiento de guerra a los millares de manifestantes concentrados en más de 27 departamentos del territorio nacional.
Al finalizar la jornada, de cerca de 15 días, el saldo de víctimas por las fuerzas de seguridad del Estado hablan por sí sola: Tres manifestantes asesinados, cerca de 200 heridos y varias decenas de detenidos, la mayoría de ellos puestos en libertad como resultado de la negociación Cumbre-Gobierno en el marco de la minga agraria. Entre las exigencias que dio origen a la organización y materialización del paro agrario, se recogen elementos reivindicativos y de carácter estructural. Podemos resumir los puntos presentados por la Cumbre Agraria al Gobierno central de la siguiente manera: 1. Tierras, territorios colectivos y ordenamientos territorial, 2. Reconocimiento del campesinado como sujeto político y de derechos, 3. Participación efectiva de las comunidades en la toma de decisiones y en los espacios donde se construyen y diseñan la implementación de las políticas públicas para el sector rural, 4. Plan de choque para la titulación de tierras y saneamiento de la propiedad rural, 5. Territorios de especial atención, entendidos estos como aquellas zonas estratégicas de páramos, ecosistemas, bosques, cuencas y demás ecosistemas que por su importancia para la supervivencia de los territorios y su población es determinante y necesaria su protección, 6. Reconocimiento y garantías al derecho a la consulta previa, libre e informada, referente a los asuntos que afecten a las comunidades campesinas, indígenas y afros, respetando la autodeterminación de las mismas, 7. Derogación de la ley Zidres, por su implicación y conflictividad que esta generará en los territorios y el peligro de apropiación de las tierras baldías de la nación; 8. Desarrollo de una nueva política minero energética, que respete los ecosistemas, a los territorios y sus comunidades. Prohibición del otorgamiento de títulos mineros en zonas frágiles, derogatoria de aquellos títulos que se han otorgado de manera inconsulta con las comunidades rurales; declaratoria de una moratoria minera; 9. Fortalecimiento de la economía campesina o economía propia; de igual manera la exigencia de políticas de garantías para el libre derecho a la organización, movilización, al acceso a una justicia imparcial, a la defensa de los derechos humanos, al esclarecimiento de los asesinatos contra líderes del movimiento agrario, la libertad de los dirigentes detenidos; fortalecimiento de las relaciones campo-ciudad, en términos de solidaridad y equidad, en general, el cumplimiento a las exigencias de la cumbre agraria, emanadas de su mandato popular en el 2014.
Los acuerdos alcanzados, obligan al Gobierno nacional a poner en práctica mecanismos políticos, económicos e institucionales que permita concretizar lo pactado con las organizaciones de la cumbre agraria; avanzando a la pronta solución a la crisis que vive el sector rural y su población.
El acuerdo busca abordar los diferentes puntos presentados por la cumbre tanto a nivel nacional como regional, las soluciones deberán ser concertadas con la plena participación de los voceros y organizaciones que se movilizaron y en un tiempo prudencial con evaluaciones permanentes por parte de estas y el Gobierno nacional. El acuerdo se sellará de forma definitiva en los próximos días en reunión con el presidente Santos y los miembros representativos de la Cumbre Agraria, Campesina, Étnica y Popular.
Dentro de los aprendizajes que nos deja la minga, es bueno observar que a pesar de las tensiones al interior de la cumbre en medio de la jornada y que el Gobierno trató de aprovechar para romper el paro agrario, corresponde decir que hubo la capacidad política para saber sortear tales situaciones y al final el Gobierno se vio en la obligación de sentarse con la dirección de la Cumbre Agraria en uno de los territorios históricos de la lucha campesina, indígena, afro y popular; como es la región del sur occidente colombiano. También es importante destacar que las fuerzas en movilización tenían claro que la jornada de paro no era en rechazo al proceso de paz, al contrario siempre hubo la convicción de que la paz requiere del respaldo popular en la calle, que no se trata de una paz en abstracto, que esta debe ser con justicia social y plenas garantías democráticas. Al mismo tiempo el paro se caracterizó por el rechazo contundente a las políticas neoliberales que han conducido a la población rural y urbana a condiciones de empobrecimiento acelerado; lo anterior se suma el rechazo a la criminalización de la protesta social y a la persecución contra las organizaciones populares.
Finalmente, la minga agraria hace parte de una nueva etapa de acumulación y correlación de fuerzas necesarias para seguir construyendo el camino unitario que nos conduzca por la senda de la transformación social y democrática que Colombia requiere con urgencia. A ello debemos contribuir dejando de lado el vanguardismo, la prepotencia y el sectarismo que muchas veces no permiten sentar las bases de la unidad popular. Construir una gran convergencia social y política, es el reto y debe ser el compromiso hacia la nueva Colombia.
lunes, 11 de julio de 2016
El Movimiento Campesino Colombiano desde la Teoría
Los estudiosos de la Sociedad Civil Organizada SCO o del denominado Tercer Sector, ven en los movimientos sociales uno de sus principales componentes y un fenómeno que merece toda la atención y reflexión. Esto no significa que deban ignorarse los otros colectivos que forman parte de la SCO (organizaciones no gubernamentales ONG, organizaciones sociales y grupos nacionalistas y religiosos) o que resulten menos interesantes para el estudio. Sin embargo, la realidad social y circunstancias de nuestros países van indicando cuál es el objeto que urge estudiar, es así que, si el mes pasado fueron los grupos nacionalistas, ayer las ONG, pues hoy son los movimientos sociales. Y es que cómo negar su importancia, en momentos en los que el Estado colombiano intenta toda suerte de reformas (salud, educación, justicia y tributaria) y de salidas presupuestales, ignorando a los directamente involucrados (profesionales de la salud, estudiantes de educación superior, campesinos, madres comunitarias, etc.).
Colombia ha seguido el ejemplo de otros países latinoamericanos como Chile y Argentina, en lo que a movimientos estudiantiles y de consumidores se refiere; pero sin riesgo de equivocación el que más enseñanzas ha dejado es el movimiento campesino que recientemente elevó su voz y se hizo sentir. Los movimientos sociales se clasifican en tradicionales y nuevos, los primeros incluyen trabajadores, campesinos y clases medias; los segundos abanderan asuntos como medio ambiente, derechos humanos, etc. En virtud de esta clasificación es que algunos movimientos de campesinos se registran como componentes de la SCO, pero en la categoría de grupos laborales y nacionalistas. Precisamente, en América Latina, los primeros movimientos sociales estuvieron relacionados con los campesinos y los obreros, en demanda por mejores condiciones de trabajo y por mayores apoyos gubernamentales.
La reciente expresión del movimiento campesino en Colombia, se remonta al 19 de agosto del presente año, fecha en la cual los cultivadores de papa (papicultores) del departamento de Boyacá, convocaron a una protesta como producto de su creciente inconformidad. Dado que un movimiento social, es un intento colectivo para proteger algunos valores en nombre de una creencia generalizada, la de los campesinos era la del abandono del campo, evidenciado en costos excesivos de producción, bajos precios de venta y ausencia de subsidios y créditos para el campo. Esto a todas luces imposibilita la competitividad del campo, en el marco de los numerosos tratados de libre comercio firmados y ratificados por el gobierno.
En virtud a que el activismo es la característica fundamental de los movimientos sociales, y que presenta diversas modalidades de expresión, como la movilización, las marchas de protesta, el boicot e incluso la rebelión; los papicultores protestaron mediante el bloqueo de importantes vías intermunicipales, impidiendo la circulación de todo tipo de vehículos. Esta práctica, que empezó a ser replicada por las concentraciones de campesinos de otros departamentos y por los indígenas de algunos pueblos, que no se sentían representados por los campesinos, sin duda alguna logro interrumpir la rutina diaria de los colombianos. En efecto, esta interrupción es el propósito básico de cualquier protesta social.
Los impactos no se hicieron esperar, pues en unos cuantos días, el desabastecimiento de alimentos (leche, carne, frutas, verduras, arroz y papa) y de combustible (gasolina y gas) fue el panorama de muchas ciudades del país. En las universidades y en los colegios públicos y privados se declaró el cese de actividades, algunas empresas incluso suspendieron labores. Dado que resulta normal que la acción de los movimientos sociales se torne molesta para algunos ciudadanos (comerciantes, profesores, médicos, empresarios, etc.), en Colombia la repuesta oficial usualmente es la criminalización de la protesta. Sin embargo, durante los 20 días de protesta campesina, la sociedad urbana expresó un claro respaldo, en muchas ciudades se realizaron cacerolazos nocturnos y movilizaciones pacíficas diurnas. Quienes apoyaron las movilizaciones, compartieron no solo el interés de los campesinos, sino también su identidad, la ruana entonces se convirtió en el símbolo de la dignidad de los campesinos, por lo que muchas comunidades (trabajadores, estudiantes, sindicalistas) la vistieron con gran orgullo. Desafortunadamente, en algunas localidades de Bogotá, la movilización fue objeto del sabotaje por parte de las bandas criminales emergentes (bacrim), que contrataron pandillas de jóvenes para provocar a la policía y para destruir el comercio. Incluso el gobierno nacional llegó a especular en torno a la infiltración de las fuerzas armadas revolucionarias de Colombia (farc).
El Escuadrón Móvil Antidisturbios (Esmad), es el grupo especial de la Policía Nacional responsable de la política de disuasión y contención. A todas luces, dicha instancia no goza de la mejor imagen entre los ciudadanos, a causa de las acciones desmedidas y provocadoras de sus agentes en las concentraciones pacíficas. Tras la protesta campesina, 26 uniformados empezaron a ser investigados por posibles excesos de fuerza en todo el país y después de casi tres meses, el propio director de la institución reconoció que, efectivamente se presentaron abusos de los agentes. Sin lugar a dudas el fin era sofocar la protesta y el presidente de la república no escatimó esfuerzos en reprimir, pues en la segunda semana de protestas, movilizó a cincuenta mil soldados a lo largo y ancho del país, desde luego que para contener a los campesinos. Fue normal que los campesinos reaccionaran frente a la presencia de la fuerza pública, al fin y al cabo, las prácticas de los movimientos sociales son de confrontación, de captación de la atención del público y de presión sobre quienes ostentan el poder. Si bien, los gobiernos reprimen cualquier manifestación de insatisfacción mediante las fuerzas disponibles, una militarización de estas magnitudes, lo único que confirmó fue el deseo del Estado por reprimir a los inconformes. Bajo este panorama, el movimiento campesino durante veinte días tuvo que resistir a las fuerzas de las Bacrim, de la guerrilla y de la fuerza pública.
La insatisfacción es, de manera general, el motor en la conformación de cualquier movimiento social. Y quien no se torna insatisfecho, con las autoridades y con la clase dirigente, cuando el campo colombiano ha vivido por más de cincuenta años en el abandono. Esto de alguna manera resulta paradójico, nuestros campesinos soportaron casi 13 gobiernos y cuando deciden elevar la voz, la represión es la respuesta. Es por todos sabido que, en los países en desarrollo –incluida Colombia con todo y sus pretensiones primer-mundistas de pertenecer a la OTAN a la OCDE y de firmar cuanto TLC le presentan–, la pobreza y la desnutrición se concentran en el campo; razón más que suficiente para que los campesinos exijan y reclamen la presencia del Estado. Imposible desconocer, que el activismo de los movimientos sociales enfatiza una concepción alternativa de política, en respuesta a las dificultades experimentadas por la democracia representativa.
Por último, bajo la perspectiva de las políticas públicas, los movimientos sociales están tomando la iniciativa en el diseño de las mismas, fue así que en la última semana de la protesta, el presidente anunció a los dirigentes gremiales, el inicio de la concertación de un Pacto Nacional por el Agro y el Desarrollo Rural, cuyo propósito sería transformar el sector agropecuario y reivindicar el abandono de 50 años. Como todos los movimientos sociales cosechan logros que, indudablemente mejoran los sistemas políticos y contribuyen a un ‘mejor-estar’ de las comunidades; Dignidad Agropecuaria Colombiana se registra como el gran resultado de las protestas campesinas, que reúne a los sectores duros de la protesta (cafeteros, paperos, arroceros, lecheros, cacaoteros, paneleros y cultivadores de caña de azúcar). Basta esperar entonces la respuesta gubernamental ante estas nuevas circunstancias
LAS CONSECUENCIAS DE LA GUERRA DE LOS CAMPESINOS
Con la retirada de Geismaier sobre el territorio veneciano había llegado a su fin el último acto de la guerra campesina. En todas partes los trabajadores del campo estaban sometidos otra vez a la dominación de los señores eclesiásticos, nobles o patricios; no se respetaron los tratados que en algunos sitios se habían firmado; las antiguas cargas fueron aumentadas por las enormes indemnizaciones cuyo pago impusieron los vencedores a los vencidos. El más grandioso intento revolucionario del pueblo alemán terminó por una derrota vergonzosa y una opresión redoblada[1]. Pero no fue la represión del movimiento la que a la larga hizo empeorar la situación de la clase campesina, pues antes de la guerra, la nobleza, los príncipes y los curas ya sacaban de sus vasallos lo que les era materialmente posible sacar; en aquella época la participación del campesino alemán en los productos de su trabajo, como la del proletariado de nuestros días, se limitaba al minimum de medios de subsistencia, indispensable para su propio mantenimiento y para la reproducción de la clase campesina. De manera general no cabía ya una mayor explotación. Muchos campesinos acomodados estaban arruinados, un sinnúmero de vasallos había tenido que pasar a la servidumbre, grandes extensiones de tierra comunal habían sido confiscadas y por la destrucción de sus viviendas, la devastación de sus campos y el desorden general habían sido arrojados gran número de campesinos a la carretera entre los vagabundos o entre los plebeyos de las ciudades. Pero las guerras y las devastaciones eran fenómenos muy corrientes en aquella época y el nivel de vida de la mayoría de los campesinos estaba tan bajo que su situación no podía ya empeorar a la larga a causa de los nuevos aumentos tributarlos. Las guerras religiosas que siguieron y por fin la guerra de los treinta años con sus incesantes devastaciones y matanzas en masa fueron para los campesinos un golpe mucho más duro que la guerra campesina. Sobre todo la guerra de los treinta años que aniquiló la mayor parte de las fuerzas productivas de la agricultura y que destruyó numerosas ciudades, fue la causa de la miseria verdaderamente espantosa en que durante mucho tiempo tuvieron que vivir los campesinos, plebeyos y burgueses arruinados.
Fue el clero quien más sufrió las consecuencias de la guerra campesina. Sus conventos y fundaciones habían sido quemados, sus tesoros robados y vendidos al extranjero o fundidos y sus provisiones se habían agotado. Los clérigos casi no habían podido oponer resistencia alguna, y el odio popular les había alcanzado con todo su vigor. Las demás clases, los príncipes, la nobleza y la burguesía hasta se alegraban en secreto por la mala suerte de los odiados prelados. La guerra de campesinos había popularizado la secularización de los bienes eclesiásticos en beneficio de los campesinos; los príncipes de sangre y una parte de las ciudades se pusieron a realizar esta secularización en su propio provecho; en los estados protestantes las propiedades de los prelados no tardaron en caer en manos de príncipes y patricios. Pero tampoco se había respetado la autoridad de los príncipes del clero, y los príncipes de sangre supieron aprovechar el odio popular en este sentido. Así vemos que el abad de Fulda terminó siendo un simple vasallo de Felipe de Hessen. Así la ciudad de Kempten obligó al principeabad a vender por un precio irrisorio una serie de valiosos privilegios que poseía en la ciudad.
También la nobleza había sufrido grandes daños. La mayor parte de sus castillos estaba en cenizas, muchas de las mejores familias estaban arruinadas y tuvieron que ganarse la vida al servicio de los príncipes. Su impotencia frente a los campesinos había quedado patente; la nobleza había sido derrotada en todas partes y forzada a capitular: lo único que la salvo fue la intervención de los ejércitos de los príncipes. La nobleza tuvo que perder su significación como clase imperial libre para caer más y más bajo la dependencia de los príncipes.
Tampoco las ciudades sacaron gran provecho de la guerra campesina. La dominación de los “honorables” quedo asegurada de nuevo; la oposición de los ciudadanos estaba quebrantada por mucho tiempo. Así la vieja rutina de los patricios fue sobreviviéndose hasta la revolución francesa, paralizando totalmente el comercio y la industria. Los príncipes hacían responsables a las ciudades de los éxitos momentáneos que en su seno había obtenido el partido burgués o plebeyo durante la lucha. Muchas ciudades que desde tiempo atrás formaban parte del territorio de los príncipes, sufrieron grandes perjuicios, se les privó de sus privilegios, entregándolas de manos atadas a la arbitrariedad de los príncipes explotadores, (p. e., Franken Nansen, Arnstadt, Schmaikhalden, Witsburgo, etc.), muchas ciudades libres, aunque no fueron incorporadas a los principados (como Mühlhausen) pasaron a depender moralmente de los príncipes vecinos: así sucedió con un gran número de ciudades imperiales en Franconia.
Los príncipes fueron los únicos que en estas circunstancias pudieron sacar algún provecho de los resultados de la guerra campesina. Hemos visto en el comienzo de nuestra exposición que el incompleto desarrollo industrial, comercial y agrícola de Alemania hacia imposible toda centralización y unión de los alemanes en una nación, no permitiendo más que una centralización local o provincial; los príncipes eran los representantes de esta centralización dentro de la división y formaban la clase a la que únicamente debía beneficiar todo cambio de las condiciones sociales y políticas de la época. El nivel que había alcanzado Alemania era tan bajo y el desarrollo de las diferentes provincias tan desigual que al lado de los principados seculares aun podían subsistir soberanías eclesiásticas, ciudades republicanas y condes y barones independientes. Sin embargo, la evolución tendía, aunque lenta y penosamente hacia la centralización provincial, es decir hacia la subordinación de las demás clases bajo la de los príncipes. Ellos por consiguiente fueron los únicos que podían ganar algo en la guerra de los campesinos y así fue. Ganaron, no sólo relativamente por debilitarse sus rivales, el clero, la nobleza y las ciudades, sino también llevándose lo mejor del botín. Los bienes eclesiásticos fueron secularizados en su beneficio; una parte de la nobleza más o menos arruinada tuvo que irse acogiendo bajo su soberanía; las indemnizaciones de las ciudades y de los campesinos vinieron a aumentar sus caudales; además las oportunidades de practicar sus operaciones financieras predilectas aumentaron de manera insólita al suprimirse la gran cantidad de privilegios de las ciudades.
El principal efecto de la guerra de campesinos fue agudizar v consolidar la división política de Alemania, esta misma división que había sido la causa del fracaso.
Hemos visto que Alemania estaba no solamente dividida en un sinnúmero de provincias independientes y totalmente ajenas una a otra sino que también en cada provincia la nación se dividía en numerosas clases y fracciones de clases. Además de los príncipes y curas nos encontramos con la nobleza y los campesinos en el campo y con los burgueses y plebeyos en las ciudades formando clases con intereses totalmente distintos, cuando no contrarios. Por encima de todos estos intereses tan complicados estaban todavía los del emperador y del papa. Hemos visto como todas estas tendencias llegaron por fin —aunque de manera lenta. incompleta y desigual según las reuniones— a formar tres grandes grupos; hemos visto que a pesar de existir estos grupos cuya formación tanto trabajo había costado, cada clase se oponía por su parte a la evolución nacional por el cauce que le fijaban las circunstancias de la época. Y como cada clase quería ir al movimiento por su propia cuenta, entró en conflicto no sólo con todas las clases conservadoras, sino también con las demás clases de la oposición, teniendo que sucumbir finalmente. Así la nobleza en la sublevación de Sickingen, los campesinos en la guerra campesina, los burgueses con su Reforma moderada. Así los mismos campesinos no llegaron en las demás regiones alemanas a un acuerdo para la acción común con los plebeyos, entorpeciéndose ambos el camino. Asimismo hemos visto cuales fueron las causas de esta fragmentación de la lucha de clases, de la consiguiente derrota total del movimiento revolucionario y de la derrota parcial del movimiento burgués.
La precedente exposición había demostrado a todos que la división local y provincial y el consiguiente particularismo hizo que se hundiera todo el movimiento; se había visto, como ni los burgueses, ni los campesinos, ni los plebeyos llegaron a la unidad de acción en la nación entera, como en cada provincia los campesinos actuaban por su propia cuenta negándose a ayudar a sus vecinos y como de esta manera fueron aniquilados aisladamente en sucesivas batallas y por ejércitos que ni siquiera sumaban la décima parte de la totalidad de los insurgentes. Los diferentes armisticios y tratados que algunos destacamentos aislados firmaron con sus adversarios constituyen otros tantos actos de traición a la causa común; el hecho de que los destacamentos se agrupasen, no con el fin de llevar a cabo, ellos mismos una acción común, sino forzados, bajo la amenaza de sucumbir ante un enemigo común; constituye la prueba más contundente de la indiferencia que los campesinos de una provincia mantenían frente a las de otra a consecuencia de su mutuo reconocimiento
También allí es evidente la analogía con el movimiento de 1848-1850. También en 1848 estaban en pugna los intereses de las diferentes clases de la oposición, y cada una actuaba por su propia cuenta. La burguesía se había desarrollado lo suficiente para no tolerar ya el absolutismo burocráticofeudal, pero aun no tenía bastante fuerza para subordinar los deseos de otras clases a los suyos. El proletariado era aun demasiado débil para poder confiar en una rápida superación del periodo burgués y en una pronta conquista del poder; en cambio ya había podido apreciar bajo el absolutismo las delicias del régimen burgués y ya había adquirido el suficiente desarrollo para no dudar ni un momento de que la emancipación de la burguesía no era su propia emancipación. La masa de la nación, los pequeñoburgueses, artesanos y campesinos, se vio abandonada por la burguesía que aun era su aliado natural, pero que ya la consideraba como demasiado revolucionario, y también en algunos casos por el proletariado por no ser bastante avanzada; como estaba dividida entre si, ella tampoco pudo conseguir nada hallándose en oposición continua contra sus aliados de derecha e izquierda. Por fin el particularismo de los campesinos en 1525 no pudo ser mayor que el de todas las clases que tomaron parte en el movimiento de 1848. Lo demuestran con claridad diáfana las cien diferentes revoluciones locales seguidas de otras cien contrarrevoluciones llevadas a cabo con la misma facilidad y el mantenimiento final de la división en estados fragmentarlos. Quienes conociendo los resultados de las dos revoluciones alemanas de 1525 y de 1848 todavía son capaces de divagar sobre la “Republica federal” no merecen sino ser encerrados en un manicomio.
Pero a pesar de tantas analogías, ambas revoluciones, la del siglo XVI como la de 1848-1850 se diferencian profundamente. La revolución de 1848, si bien no demuestra nada en favor de los progresos realizados en Alemania, por lo menos pone de manifiesto el progreso de Europa.
¿Quien se beneficio con la revolución de 1525? Los príncipes. ¿Quién se benefició con la revolución de 1848? Los grandes príncipes, es decir Austria y Prusia. Detrás de los pequeños príncipes de 1525 se ocultaban los burgueses mezquinos de la época, que los tenían mediatizados por ser ellos quienes concedían y pagaban el impuesto, mientras los grandes príncipes de 1850, es decir, Austria y Prusia, representaban a los grandes burgueses modernos que los tienen bajo su férula, que es la deuda del estado. Pero detrás de los grandes burgueses están los proletarios.
La revolución de 1525 fue un asunto particular de Alemania. Los ingleses, franceses, checos y húngaros ya habían hecho su guerra de campesinos, cuando los alemanes empezaron a hacerla. Si Alemania estaba dividida, Europa lo estaba mucho más. La revolución de 1848 no fue un asunto particular de Alemania, sino parte de un gran acontecimiento europeo. Las causas que la motivaron y que no dejaron de influir en ella durante todo su transcurso no se producen en un sólo país, ni siquiera en un solo continente. Al contrario, los países que fueron el teatro de esta revolución son los que menos participaron en su génesis. No son sino materia más o menos amorfa e inconsciente, transformada en el curso de un proceso en el que ahora participa el mundo entero y por un movimiento que en las condiciones actuales de la sociedad no nos puede aparecer sino como una potencia extraña, aunque por fin resulta ser nuestro propio movimiento. La revolución de 1848-1850 no puede, por lo tanto, terminar como la de 1525.
viernes, 8 de julio de 2016
DATOS:
Sobre el movimiento campesino, América Latina y Colombia
El mundo tecnológico y súper industrializado actual ha generado que el campo solo exista en la medida en que provee alimentos para los habitantes de las grandes urbes, sobre todo, para los de los países desarrollados. La cultura occidentalizadora y la mentalidad moderna desprecian a los habitantes rurales por considerarlos rústicos e incivilizados. Este es uno de los productos del avance de la globalización Neoliberal, que a su vez, no ha sido un fenómeno natural, sino que ha estado impulsado por intereses económicos y políticos, locales y mundiales.
La actual situación del campesinado, sobre todo en los países más débiles económicamente, obedece a un proceso de globalización del mercado. A medida que los grandes capitales eran acumulados, mientras el mercado libre abría sus puertas, los países del sur se empobrecían y sus condiciones materiales empeoraban (Fals, 2008). La preeminencia de lo económico sobre lo cultural, lo social y lo humano es uno de los principales problemas de la globalización, según el profesor Orlando Fals Borda.
De esa manera se han ido generando procesos de resistencia de amplios sectores campesinos que reivindican la necesidad de proteger y preservar todo lo que significa pertenecer a un determinado modo de vida asociado con lo rural, lo tradicional y lo productivo. Al mismo tiempo, el empobrecimiento de los campesinos en los países de Latinoamérica supone un esfuerzo mucho mayor para sobreponerse a los embates de la economía de capital.
Algunos antecedentes históricos
Desde la edad media la población campesina ha estado en los escalones más bajos de la pirámide social. “Es difícil encontrar un periodo de la historia humana, historia en la que siempre estuvieron presentes los campesinos en sus distintas formas de organización social y de relación con la naturaleza, sin que el tratamiento dispensado a los campesinos estuviera recubierto de desdén y humillación” (Martins de Carvalho, 2012).
La colonización europea, fundamentalmente la española y la portuguesa, introdujo en la América de entonces, modelos de latifundio y de apoderamiento de la tierra por parte de unos pocos, que han ido evolucionando en sus formas, pero que en esencia, hoy parece que fueran los mismos. A medida que se desarticularon las sociedades existentes, la cultura dominante impuso su modo de ver el mundo, su religión, pero sobre todo su forma de relacionarse con la tierra y sus nuevas técnicas de producción.
De igual manera, la colonización impuso todo el racionalismo europeo y su forma de ver el mundo, lo que fue perfilando dos grandes grupos sociales, los ignorantes y los cultos ilustrados, o, como lo planteó más acertadamente Domingo Faustino Sarmiento en el siglo XIX, esa dicotomía entre “Civilización y Barbarie”. Los hechos demostraron a su vez que, esa tal civilización fue atroz y violenta al imponer sus modelos políticos, económicos, sociales y culturales. En este contexto, los campesinos han ocupado el espacio de la barbarie, por lo cual, los estados latinoamericanos han olvidado y despreciado a este importante sector de la historia del continente. Y hay que decir de la historia, porque es a partir del entorno rural que se desarrollan los países de la región latinoamericana.
Ese espíritu colonial y excluyente tiene sus raíces en la historia, pero el problema es que ha logrado sobrevivir y no solo ha menospreciado lo que significa ser un ser rural, sino que lo ha empobrecido y marginado. No obstante, los campesinos han encontrado diversas formas de resistencia, que los ha ayudado en ese difícil trasegar. Los movimientos campesinos, en ocasiones violentos y en otras no, muestran un sujeto con unas condiciones y unas características más bien comunes que los llevan a cooperar, a trabajar por su entorno y a hacerle frente a una sociedad que aún cree que trabajar la tierra y convivir en armonía con la naturaleza es de salvajes indómitos.
Los embates de las fuerzas civilizatorias se encontraron con sectores sociales que tenían unas relaciones muy arraigadas con su entorno, con la tierra, con la naturaleza y con sus coterráneos. Esa relación del campesinado con el entorno ha ido estructurando diversas formas de resistencia, las cuales se han tenido que ir transformando al ritmo que se transformaba el sistema económico mundial. Con la entrada abrupta del sistema económico capitalista y especialmente con el fenómeno de la globalización, ingresaron al continente latinoamericano formas de explotación, de colonización y de dominación mucho más sofisticadas, se habló de avance científico para que las tierras fueran más productivas y se habló de tratados económicos y comerciales entre grandes y chicos para acabar de aplastar a estos últimos.
La globalización capitalista y su imposición
Como lo plantea Fals Borda, la globalización ha sido una imposición de arriba hacia abajo, por colonizadores intelectuales que se van apoderando de importantes ámbitos de la vida como el educativo o el cultural, a través de los medios de comunicación que son capaces de llegar a cada rincón sin muchas dificultades (Fals, 2008). En ese proceso de intromisión, los emporios multinacionales han logrado entrar a los territorios rurales con el ánimo de volverlo más productivo a costa de la explotación campesina y de la destrucción del medio ambiente.
El saber técnico y científico, ya más sofisticado que en la época de la colonia, se comenzó a imponer con el auge del sistema liberal de mercado sobre todo en la segunda mitad del siglo XX. Una vez más la dicotomía entre “Civilización y Barbarie” terminó en manos de la élites económicas, por la vía de ámbitos más diplomáticos, en apariencia, ya que, por debajo lo que se movían eras redes dispuestas a todo con tal de acaparar el poder económico.
“En una lógica del todo vale para enriquecerse instaurada por la ideología Neoliberal, que además institucionaliza esa participación privilegiada y mafiosa de las élites económicas mediante los lobby y otras formas aún más oscurantistas y corruptas: los sobornos, los sobres, la prevaricación, las dietas y malversación de fondos, el nepotismo, etc.” (Casado y Martínez, 2013).
La mayoría de los gobiernos en América Latina han estado encabezados por las élites económicas y políticas, que han actuado de acuerdo con los intereses privados, en contra de las clases más vulnerables, entre las que se encuentran la mayoría de los sectores campesinos.
Una idea de bienestar fue llevada a la mayoría de los lugares de planeta por la globalización neo-liberal. El crecimiento económico y la acumulación de capital se convirtió en un credo, sin importar las grandes desigualdades en lo que respecta a las oportunidades, sin tener en cuenta un planeta finito y aplastando las formas diferentes de ver y de sentir el mundo. La industria en la gran ciudad fue lo que simbólicamente representó esta mentalidad burguesa que despreció al campo y a sus habitantes.
Con el modelo impuesto, en países como Colombia y debido a la pobreza que se comenzó a sentir en los sectores rurales, se dieron grandes migraciones de campesinos hacia los centros urbanos. La arquitectura de la periferia de las grandes ciudades es la prueba de esos grandes desplazamientos generados por la pobreza y la violencia. Una globalización internacional y unos gobiernos funcionales a los intereses privados fueron la fatídica fórmula que resultó en un campo descuidado y desolado, gobernado por la ley del más fuerte.
La globalización del modelo capitalista deja al descubierto sus formas violentas y atroces de imponerse cuando se observan las dictaduras de varios países de América Latina en los años 70. Algunas más cruentas que otras, las dictaduras fueron un freno a las reivindicaciones populares, un freno al socialismo que amenazaba con apoderarse de las instituciones y al mismo tiempo una imposición del mercado en la vida de los individuos. Después de mantener estos regímenes por algunos años, a Estados Unidos en unión con el primer mundo, les resultaros incómodos estos tipos de dictadores e impusieron los gobiernos de las democracias electorales. De esa forma, los mismos gobiernos de las mismas élites ganaron legitimidad para seguir favoreciendo a los grandes intereses privados.
El movimiento campesino en Colombia
Un estado colombiano frágil históricamente, sin la capacidad de abarcar el territorio colombiano en su totalidad, ha dejado el campo y sus habitantes desprotegidos y con muchos conflictos, que han llevado a que hoy, exista una guerra que ha sido casi que imposible de acabar. La Guerra de los Mil Días, que se dio a principios del siglo XX fue la antesala de la violencia a muerte entre los dos partidos tradicionales: el Partido Liberal y el Partido Conservador.
A partir de la confrontación entre los dos partidos tradicionales en las primeras décadas del siglo pasado se comenzaron a constituir los primeros focos de resistencia campesina en forma de guerrillas, articuladas por campesinos pobres liberales, que eran perseguidos por los conservadores, que a su vez hacían parte de las fuerzas policiales del Estado. Las concepciones ideológicas, aunque diferían, no eran radicalmente de trascendentales en la práctica. La muerte reprodujo los odios contra los que pertenecían al color del partido contrario.
El problema de esta violencia era que mientras los campesinos del común se asesinaban unos a otros, las élites se repartían el poder político y económico. Este panorama produjo que después de la primera mitad del siglo XX se comenzaran a conformar guerrillas que se fueron alineando con los sistemas socialistas del momento, básicamente la Unión Soviética y Cuba. Hay que decir que estos grupos no fueron un capricho, sino más bien el resultado de un estado fragmentado y débil, el cual era incapaz de garantizar modos de vida dignos a los habitantes rurales. Es menester mencionar al menos dos grupos que hasta hoy han estado presentes en el trasegar de la historia de Colombia, estos son las Farc y el ELN.
Estos grupos guerrilleros hicieron las veces de estado en las zonas donde éste no podía, o más bien, no se interesaba por estar. Se crearon modos de organización social en torno a agentes que en ese momento eran legítimos en determinadas zonas, pero al mismo tiempo, ilegales. Paralelamente a estos entornos, el campo se convirtió en un escenario de batalla y el actor más perjudicado fue la población civil que vivía en medio del fuego de los fusiles. Muertes, pobreza, desplazamientos masivos y un campo muy fragmentado fueron el resultado de esta dinámica de guerra.
Posteriormente, hacia la década de 1980 el conflicto se agudiza, entran en el escenario el narcotráfico y los grupos paramilitares, que al mismo tiempo que se toman el estado, actúan con las fuerzas militares en operaciones conjuntas y destruyen todo intento de la población civil para incidir en la política. Una prueba evidente de la forma de accionar sobre los movimientos sociales fue el emblemático caso de la Unión Patriótica, el cual fue un movimiento social amplio, pero exterminado completamente por el estado junto a grupos ilegales.
La Unión Patriótica fue un movimiento político de izquierda que se creó en torno a unas conversaciones de paz entre las Farc y el gobierno de Belisario Betancur hacia el año 1985. A la iniciativa de las Farc de insertarse en la vida civil y política del país se sumaron sectores de otros grupos armados como el ELN. Ya con el movimiento funcionando, dominando importantes escenarios públicos y de la política del país, con candidatos fuertes para llegar a la presidencia; el estado y otros grupos armados de la ultraderecha desencadenan una oleada de violencia, hasta exterminar y diluir el movimiento. Algunos volvieron al camino de las armas mientras que otros tuvieron que exiliarse. El caso de la Unión Patriótica es fundamental para entender la dificultad que han tenido los movimientos sociales en el entorno colombiano. También hay que decir que este movimiento contaba con amplios sectores campesinos que sufrieron con la muerte o con el desplazamiento, las acciones del estado en su contra.
La historia más reciente no fue menos violenta con los sectores campesinos. Ocho años del gobierno de Álvaro Uribe significaron desplazamientos, asesinatos selectivos de campesinos inocentes, los llamados falsos positivos; significó la entrada de empresas nacionales y extranjeras a extraer los recursos naturales y a arrasar el campo, entre otras cosas. Se recrudeció el conflicto debido a una mayor injerencia de los Estados Unidos en lo militar y se impulsó la acumulación de riqueza a pequeños sectores ganaderos y terratenientes del país.
Para entender lo que se ha denominado Movimiento Campesino en Colombia hay que tener en cuenta el entorno rural de este país en clave de una mirada histórica. En efecto, una sociedad rural pobre, víctima de la violencia y fragmentada no es muy propicia para que se gesten movimientos con una gran capacidad de acción y de influencia. Sin embargo, desde los sectores rurales se han ideado diversas formas de resistir y de luchar por sus derechos, en pro de una vida más justa, libre y digna en el campo.
Las llamadas juntas de acción comunal son una figura organizativa de orden legal donde los campesinos pueden reunirse, discutir y disidir, los asuntos importantes que atañen a su comunidad. Esta figura se ha constituido en una importante forma de participación para los sectores campesinos. A pesar de ello, hay que plantear que legalmente no existe ninguna forma organizativa que otorgue un amplio poder de decisión y de participación al campesinado.
Por ejemplo, gracias a la consolidación del movimiento indígena, la ley colombiana les otorgó a estas comunidades amplios poderes para decidir sobre sus territorios y sus pueblos. Las comunidades indígenas y afrodescendientes tienen facultades especiales. Por el contrario, los sectores políticos no se han interesado en empoderar a los sectores campesinos debido a que hay fuertes pugnas económicas y de poder de por medio. La explotación de los recursos, sobre todo lo que respecta al tema minero-energético, es uno de los pilares del actual gobierno y empoderar a las comunidades campesinas –que sería lo más lógico y justo –significaría dejar en sus manos las decisiones que atañen a estos temas.
Actualmente se ha generado un debate en Colombia en torno a una figura legal llamada Zona de Reserva Campesina, que les otorgaría poderes especiales a las comunidades campesinas para decidir sobre su territorio y su comunidad. Para los intereses económicos esto sería igual a darles el poder de decisión a los campesinos para entrar en sus territorios a extraer recursos y explotar la tierra. Para el movimiento campesino actual lograr que esta figura se materialice y se normalice en el territorio colombiano es una de las premisas. Si bien es verdad que hay algunas zonas de reserva constituidas legalmente, el gobierno actual se ha mostrado reacio frente a esta propuesta.
Por otra parte, y dejando el tema legal, en los últimos años el movimiento campesino ha demostrado que tiene una capacidad de acción importante. Las condiciones de pobreza, la dominación de élites y la violencia, también son factores para que los movimientos sociales se consoliden y luchen en pro de diferentes alternativas y reivindicaciones.
Esto es: “Efectivamente, afirmamos a los Movimientos Sociales como agentes especialmente relevantes a la hora de pensar, comprender e intervenir en las formas de inferiorización, subordinación y dominación de unos sectores sociales sobre otros que se producen en las diferentes sociedades y en este sistema-mundo en su conjunto” (Casado y Martínez. 2013).
Inconformismo campesino
El año pasado Colombia se vio inundado del inconformismo de los diferentes movimientos campesinos que de alguna forma se sacudieron un poco y cuestionaron a los poderes de las élites que están empobreciendo el campo. Un paro de cafeteros que contó con grandes manifestaciones en la capital y en diferentes ciudades de Colombia, obligó al gobierno a sentarse y negociar algunos puntos que reclamaban los campesinos. En este sentido es importante observar la manera en que un movimiento social justo, consigue un empoderamiento político y consigue trasladar sus necesidades a los diferentes ámbitos de la sociedad.
Como este movimiento, se dieron otras manifestaciones de diferentes sectores del campesinado en Colombia, que llamaron la atención sobre las problemáticas más acuciantes de los habitantes rurales. Además de ello, se hicieron evidentes las formas creativas y estratégicas de reivindicación, que llevaron a que el gobierno tuviera que acceder a una negociación, después de tratar de negar tal movimiento.
Este tipo de movimientos a la vez que reivindican necesidades propias y justicias inherentes a su sentir, llaman la atención sobre los modelos económicos que prevalecen en la sociedad actual. Hacen un llamado a la relación que se está teniendo con la naturaleza, donde el hombre es el centro, mientras que el mundo natural se destruye a su alrededor y a su servicio, donde se prevalece una visión antropocéntrica del mundo, que tiene que ver con el egocentrismo que genera el ansia de acumulación material.
Los movimientos campesinos, como los feministas, los ecologistas o los indígenas, entre otros, nos hacen un llamado sobre la forma de ver y de entender nuestra situación en un mundo donde hacemos parte de la vida en su conjunto, donde no somos ni más ni menos, sino simplemente otro actor más, que debe ser capaz de pensar más allá de satisfacer sus propias vanidades. En este sentido:
“Un ejemplo de esa creatividad y búsqueda pro-activa de alternativas son las nuevas visiones de sociedad que se están articulando desde propuestas y prácticas ecologistas, feministas, campesinas e indígenas para situar en el centro la reproducción y sostenibilidad de la vida, de manera que la economía se ponga al servicio de la vida y como subsistema de la biosfera, y no al contrario” (Casado y Martínez. 2013).
Resulta imposible no hacer una referencia al saber académico como espacio fundamental de reflexión y de crítica alrededor de los movimientos sociales. Parece que la Universidad de hoy reprodujera los intereses del gran capital privado, la gran mayoría de la educación superior se inserta en una lógica colonialista, donde el conocimiento llamado científico se siente superior, mientras deja de lado propender por un diálogo de saberes desde la igualdad y la inclusión.
El Movimiento Campesino, al lado de otros movimientos emancipadores, hace un llamado al respeto de los saberes populares, de los saberes que se encuentran fuera de las instituciones, pero que al mismo tiempo tienen mucho que aportarle a la sociedad. Es necesario tener cuidado en el trasegar académico, tener conciencia de lo que se está produciendo, porque así la ciencia grite que es neutral, siempre se está más a un lado que al otro, entre esa gama de matices que adorna todo el espacio ideológico.
Como lo planteaba Fals Borda, es necesaria una relación horizontal entre los diferentes saberes o conocimientos. Es en esa relación que se podrán entender las diferentes formas de pensar y al mismo tiempo, se comenzarán a desprender de nosotros esas actitudes y pensamientos de un colonialismo anquilosado en nuestras almas.